—Apresúrate lentamente, —dijo la muerte con brutal serenidad—, pues cada grano de arena es un tanto de voluntad.
Conservar la calma y ser constante suele ser una tarea increíblemente difícil. Me gustaría pensar que la eterna procrastinación gusta de camuflarse en esta preciosa sentencia por angustia, apatía y rechazo; sí, angustia frente al futuro, apatía del presente y rechazo del pasado. Una fantástica trinidad del fracaso.
La angustia del futuro opta por hacer escaramuzas, fastidiar a su oponente con molestas lanzas ponzoñosas y atemorizarlo al devenir, ella, a la algara, sabe que para vencer y cumplir con su tarea debe infundir de un destructivo temor.
La apatía del presente inmoviliza todo movimiento, toda iniciativa y todo emprendimiento se pudre, quizá porque todo deseo y pasión tienden a durar muy poco, a vivir menos que una mosca. Y como mueren tan precoces, el deseo se extingue y el movimiento no ocurre.
El rechazo del pasado, aprovechando del aturdimiento del futuro y el efectivo bloqueo del presente, lanza su toque final al centro, actúa como un martillo aplastando al miserable que se posa encima del yunque del presente.
Así es, y parecer ser un abominable círculo de autodestrucción.
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