sábado, 6 de noviembre de 2010

Breve comentario sobre mis manías medievalistas

"A 20 years old German major that fantasies about medieval wars!" Me twittiaron. y tal descripción no erra. La pulsión de Tánatos es muy fuerte en mi y la sublimo con texticos como estos o mi trabajo de grado. Me gusta la guerra en su aspecto teórico y sensible: teoría y su ilustraciones. Me fascina el aura de los mercenarios, las picas, las formaciones cerradas y el horror de la muerte sin pólvora.

¿Hay una razón aparente? No lo creo. Desde mis primeros recuerdos la lucha, lo militar me ha atraído y, a pesar de mis densas capas de barniz intelectualoide, algo sigue allí presente: el gusto por la milicia, el Militärwesen. Va en mí. Sin embargo, el gusto deja de ser inocuo si se vuelve una pequeña obsesión, si las mismas imágenes corren día y noche -cosa curiosa, nunca sueño con ellas-, si el retrato de la falange griega y suiza está allí siempre presente incluso en las circunstancias más triviales -como en el bus o almorzando- y surge cuando la tristeza invade. Entonces, hay que hacer algo.

Y este es el punto: hay que ser algo, pues mis manías medievalistas corresponden a mi deseo de pasar a la acción. No más papel. Estoy cansado.

martes, 2 de noviembre de 2010

Tips para un feliz fin de semana

  • Si no quiere hacer nada, no lo haga, cambie de rutina: salga a la calle, beba como infeliz, haga deporte, busque compañía (jamás se quede en la casa paralizado).

  • Deje todo para última hora: esto es más importante que esperar a que efectivamente llegue la última hora.

  • Haga algo radicalemente distinto: si su semana está mediada por el pc, abandónelo, déjelo por ahí, no sea que le termine de joder la mano.

  • El viernes y el sábado por las noches son para trasnochar; y el domingo, también. La diferencia radica en que el domingo en el día usted estará durmiendo o en la calle y el domingo en la noche su semana empieza, no el lunes.

  • Si es festivo, aplique las mismas reglas y recuerde, su semana comienza el lunes por la noche.

domingo, 31 de octubre de 2010

Fantasia

No hace mucho conocí a un músico muy especial, barroco y holandés: Jan Pieterszon Sweelinck. O Sweelinck a secas. De sus muchas obras destacan sus fantasias, composiciones improvisadas en el órgano, y una de ellas, Fantasia (a-phrygian) me quita el aliento. ¿Por qué? No lo sé, mi ignorancia del místico lenguaje musical no me permite hablar de sus cualidades técnicas, por tanto, debo permanecer en mis fugaces impresiones estéticas para sondear el secreto, la clave de su efecto.

¿Dónde radica la violenta fuerza? Una fuerza que eleva al oyente, lo arrolla, lo magulle y lo alza como un tornado místico a las alturas. Una melodía transparente pero densa, delicada pero arrolladora, aguda y destructrora. Quizá deba usar un pequeño relato que me ha marcado, el de Santa Cecilia o el poder de la música. Allí la santa Cecilia, patrona de la música, toma la dirección de la orquesta a tiempo para proteger al monasterio del ataque de una horda de protestantes iconoclastas. Los líderes de la horda de Amberes, 4 holandeses, caen de rodillas ante la música y, como malditos por Dios, pasan el resto de sus vida condenados a recitar el Deus excelsis gloria.

Como el milagro de Santa Cecilia, esta fantasia de Sweelinck ha suscitado un efecto similar en mí. Me arrodilla, me obliga a arrodillarme, cerrar los ojos y rendir pleitesía, a adorar. Creo adivinar una búsqueda desesperada por un objeto que no puede ser aprehendido y que genera temor, ansiedad, angustia porque no es posible llegar a él. Es un objeto sublime.

Los ascensos y descensos en la pieza se tornarn progresivamente violentos, oscilan frenéticamente y se desenrollan como una serpiente que guarda más y más veneno. La atmósfera se vuelve irrespirable, trepa estratosféricamente y allí dónde debería iniciar el espacio exterior, la pieza acaba. No sabemos si la orgullosa ave logró llegar al eterno e infinito espacio exterior o ha caído como Lucifer con la soberbia destruída, como ave en decadencia.

Sweelinck y su obra me tocan, me llevan a un extraño y casi enfermo éxtasis estético, el éxtasis de la fuerza inconmesurable, lo sublime. Así como cuatro pacíficos protestantes convertidos a fuerza de un milagro en la fe tridentina, así yo en -a la inversa-, imbuido en el ethos católico he sido movido por el mismo milagro de un protestante: el milagro de la música. Y lo mejor; fue un feliz descubrimiento porque no llegó solo, sino con la amistad, la amistad de Ari.